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Video – Testimonio - Joe y Ada Rosa



Mi vida ha sido interesante. En casa me llevaban a la iglesia todos los días. Pero en cuanto pude me fui a vivir la vida loca e hice lo que me dio la gana. Si no buscas a Dios y no le abres tu corazón, hacer lo que te dé la gana es tentador. Claro que puedes hacerlo, pero te dejará vacío. En la iglesia nos decían: “Si tú mueres esta noche ¿a dónde irás?” Esa pregunta intentaba convencernos de que debíamos portarnos bien, pero en mi caso, en ese momento, no funcionó.

Comencé a fumar marihuana, luego, a consumir Heroína. Hice mil cosas que no tenía que hacer, pero que me gustaban. Sabemos que la paga del pecado es muerte, pero a cierta edad lo vemos lejano, sin darnos cuenta de que tarde o temprano pagaremos las consecuencias. No pensamos en eso porque queremos pasar un buen tiempo y ya. Antes de cumplir los diez y seis años ya tenía un hijo. Tengo cinco hijos, además de los dos con mi esposa. No tenía ninguna convicción o valor. Todo era permitido, aunque en mi corazón sabía que el Señor me llamaba y me esperaba.

Años después, me enrolé en el ejército. Yo le dije al militar que entrevistó, que me enviara a un lugar donde pudiera matar gente, donde fuera legal hacerlo. Él se sorprendió de mi actitud y me dijo que sería un buen soldado, pero primero debía entrenarme. Fui a la guerra en Viet nam. Cuando llegué al campamento, vi muchas bolsas plásticas verdes alineadas en el piso y alguien me dijo que eran los soldados que habían muerto esa semana y que el almacén estaba lleno otras bolsas con cuerpos de soldados que debía ser repatriados. Me inquieté y pensé que estaba en el lugar equivocado, pero me quedé. Por circunstancias extremas, me encarcelaron en Viet nam. Cuando regresé a USA, continué en prisión y luego recluido en un hospital psiquiátrico. Recuerdo que jugaba ajedrez con un amigo, loco, por supuesto. Yo no sabía jugar, pero solo tenía que decirle: “¡Jaque mate!” para que sorprendido me dijera: “¡Eres bueno!”

Por alguna razón se dieron cuenta de que no estaba mal de la cabeza y me soltaron con un bote de pastillas que me comía como si fueran dulces. En casa, comencé a hacer lo mismo de siempre, perderme en las drogas. Pero un día, en la calle, un tipo me dijo: “Jesucristo es el Salvador”. Era un gorila moreno con ropa, así que le di la razón, con tal de que me dejara tranquilo. En ese tiempo, tenía una novia que andaba en los mismos pasos que yo y una tarde, cansado de esa vida, le dije que me entregaría al Señor. Ella me respondió que estaba loco, a lo que le dije: “Tú también y deberías hacer lo mismo que yo”.

Busqué al gorila quien me introdujo en un programa de rehabilitación pentecostal. Cinco de ellos oraron por mí con tal intensidad, imponiéndome manos, que  se me quitó la ansiedad por la droga, pero me dejaron descuadrado y desconcertado. Pasé en esa congregación un tiempo, orábamos, participábamos en vigilias, compartíamos la Palabra, memorizábamos versículos bíblicos, pero Dios no hacía nada especial conmigo. Además, todos entraban a las reuniones con “su costillita”, con su esposa, y me dije: “Yo necesito una de esas”.  Pedí al Señor, pero no por una costilla sino por una chuleta. La cuestión estaba difícil porque ninguna mujer hubiera querido compartir su vida con un hombre con mis antecedentes. Entonces, un predicador dijo: “buscad y hallaréis, pedid y se os dará”, y me dediqué a buscar.

Cuando ya estaba bastante bien y estable, con el panorama de mi vida más claro, conocí a Ada. Ella se acercó buscando la misma ayuda que yo había encontrado, y luego de un tiempo, nos casamos, aunque nadie daba nada por ese matrimonio. Ahora, cuarenta años después, seguimos avanzando. No ha sido fácil, hemos sido compañeros, amigos, y hasta enemigos, pero hemos luchado juntos.

Mi esposo y yo hemos superado muchas situaciones. Nos encontramos cuando yo toqué fondo y busqué ayuda para salir de la adicción a la heroína que había destruido mi vida. En ese tiempo, yo vendía mi cuerpo por unos pesos y vivía en una relación lésbica. Entraba y salía de diferentes programas y nada funcionaba. Mi hermana, una amiga y yo planeábamos asaltar a personas porque necesitábamos satisfacer nuestra  necesidad de droga. Entonces, alguien me habló de Carlos Ortiz quien se convirtió en mi padre espiritual. Al ir a buscarlo, Joe nos recibió, nos habló de un centro de rehabilitación que abrirían para mujeres, anotó nuestros nombres en una lista y prometió llamarnos. Tiempo después, fui al centro de recuperación, y poco a poco mi corazón cambió. Yo le dije al Señor: “No tengo nada que perder, si de veras Tú eres Dios, cámbiame”.  No fue algo inmediato sino paso a paso, pero sucedió. Terminé el programa y me quedé como consejera. Yo deseaba encontrar el amor, pero ¿qué hombre me querría con mi pasado? Seguro ninguno, ¡mucho menos un latino!

Joe llegaba al centro de recuperación a cortar la grama. Las muchachas reían, él les predicaba y era muy agradable. Una tarde, me pidieron que le hiciera café y al ponerme en la tarea, lo encontré. Me habló muy bonito, me dio esperanza y palabras de ánimo. Me enamoré de él y nos casamos. Ha sido un excelente esposo y padre, por lo que le doy gracias a Dios por su vida. Estoy convencida de que el Señor sabe lo que necesitamos y nos lo da. Siempre ha sido maravilloso con nuestra familia.

Al planear casarnos, le dije a Joe que no podría darle hijos por una paliza que recibí por pleitos de drogas. Pero él me dijo: “Ten fe, ten fe”. Cuando quedé embarazada por primera vez, ¡no podía creerlo! El Señor me bendecía más de lo que yo hubiera imaginado. tuvimos dos hijos. El menor acaba de morir de cáncer, pero yo sé que está con Dios quien ha sido bueno con nosotros, nos rescató y nos ha bendecido grandemente. Nuestro Padre, el mismo que nos ha alcanzado, puede limpiar y enderezar tus veredas, porque es Dios de imposibles. No lo dudes, Él  te ama y desea restaurarte, como lo hizo con nosotros. Pídeselo, entrégale tu vida y lo hará.

Fuente: Casa de Dios